Visitas el monte Tsukuba

Te bajas del bus que te ha llevado a Tsukuba-san. El profesor encargado les hace unas señas para que todos se acerquen, tú lo haces, pero estás demasiado ocupada viendo hacia lo alto del monte. Antes de bajarte, has pasado unos arcos enormes, no, no arcos puertas sintoistas (torii). Sabes que hay un templo más arriba, así que no te puedes concentrar mucho en la explicación.

Una vez que el profesor termina, puedes por fin ir a explorar lo que hay más allá, lo que hay subiendo los escalones y se ve demasiado bien desde abajo. Ni el ligero frío de japón en invierno te hiela los dedos, ni el cubrebocas en tu cara te molesta, solo puedes pensar en la emoción de lo que tienes por delante.

Subes los escalones mientras admiras aquellos kanjis cuyos significados desconoces pero solo hacen que el momento se vuelva más especial. Es tu tercer día en Japón y ya estás enamorada del país.

Subiendo los escalones hay otra gran puerta delante tuya, y pasando esa, otros escalones se ven a la distancia. Todo es de madera en ese primer pasaje, no sabes si es correcto pasar por ahí en medio o rodear la estructura; no quieres ofender a nadie. Pero como todos van por ahí, decides seguir el ejemplo.

Subiendo los escalones finales, encuentras por fin el templo.

Tan pintoresco y rustico como se ve, les pides a tus compañeros que te tomen una foto. Luego te das cuenta que no saben tomar fotos muy buenas, pero eso no le quita valor al momento.

Este templo, aunque ni de cerca tan majestuoso como el Sensoji que viste en Asakusa, tiene un aura distinta. Independientemente de que uno es budista y el otro sintoista, este último te parece más rustico, te sientes menos presurosa, más bienvenida hasta cierto punto ¿Será porque no es tan turístico?

A ambos lados del templo hay varias casitas que no sabes muy bien porqué están ahí. Son más pequeñas, pero igual de rusticas y lindas. Algunas tienen abiertas lo que parece ser pequeñas ventanillas o estantes donde se ven hojas de diferentes tamaños. Uno de tus guías, un estudiante japonés, les explica a varios que se trata de hojas de la fortuna (omikuji). Tienen que poner una moneda (va desde los $100 a $200 yenes) y sacar un papel. Él hace el ejemplo y… le sale fortuna mala. Tú no lo intentas, ya lo has hecho en Sensoji y te ha salido fortuna mala, sabes que cuando así es el caso, debes atarla en los «tendederos» que hay ahí cerca para así deshacerte de tu mala suerte.

De frente al templo, a la derecha, hay una fuente. No, no de los deseos. La gente, con unas pequeñas cazuelitas, recoge agua para lavarse las manos y la boca. No sabes muy bien porqué, pero supones que será purificarse para sus dioses. Limpiar el cuerpo o algo así. Tomas una de ellas y te mojas las manos. Mala idea. Está helada el agua.

Es hora de subir la cuesta y continuar a la cima del monte.

Unas cuantas fotos y escaleras más y ya te encuentras a punto de subir al teleférico que los llevará a la cima de la montaña… o casi a la cima.

Esperas tu turno en la fila, el carro no tarda en llegar y, de manera desesperada pero intentando aguardar las apariencias, caminas a los asientos acompañada de tus compañeros. Una vez que todos están dentro (está mayormente lleno por estudiantes) el teleférico empieza a moverse y te encuentras deseando haberte sentado más arriba porque algunos van parados y no te dejan ver. Decides mejor observar por la ventana de tu derecha.

Los arboles se mueven rápido y todas las fotos salen borrosas, así que mejor bajas la cámara, sabes que, porque el mundo es inmenso y deseas recorrerlo todo, probablemente no vuelvas a ese lugar. Así que absorbes la belleza con la vista, en lugar de con el lente.

Después de unos minutos y una charla amena con tus amigos, el carro para y es tiempo de salir. Una vez ahí, admiras la belleza del paisaje que, aunque nublado, es asombrosa.

Sin embargo, cuando pensabas que eso era todo del monte Tsukuba, ahí es cuando te dicen que hay que subir más para llegar a la cima, y esta vez, el reto es caminar por una pendiente de rocas. Antes de continuar, te tomas varias fotos con tus compañeros y compras agua con una pareja de ancianos muy amigables «Omizu onegaishimasu!«

Y ¡a caminar!

En tu trayecto, además de cansarte, logras platicar un poco con el resto de tus compañeros, conoces más a aquellos que vienen de Asia del este y creas lazos con los que te acompañan desde México. Lo cierto es que la caminata, a pesar de ser algo pesada, da pie a varias conversaciones y saludos breves con los japoneses con los que te encuentras en el camino. Más pronto que tarde, llegas a la punta de Tsukuba-san.

La cima se divide en dos, primero, un ¿altar? sintoista donde echas una moneda y pides un deseo de la misma manera que ves hacer al resto de los japoneses: tiras la moneda, dos reverencias, dos aplausos, pides tu deseo y una reverencia más.

Segundo, más arriba se encuentran unas rocas desde las cuales puedes ver todo el bosque y campos que rodean el monte Tsukuba. La vista es hermosa y te das cuenta que toda la caminata ha valido la pena.

Por un momento solo te quedas ahí, disfrutando de la brisa y de la inmensidad, pero sabes que no puedes permanecer en ese instante para siempre; sabes que debes volver por donde viniste y continuar con el recorrido del día, después de todo, hay más lugares por recorrer en Japón y sabes que una semana jamás será suficiente. Lentamente, regresas por tus pasos con cuidado para no caer pendiente abajo, o tal vez, porque no quieres volver.


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